A fuerza de rescates y de tratados de urgencia negociados a puerta
cerrada, a los ciudadanos de la UE se les va despojando poco a poco del control
sobre sus instituciones, denuncia el escritor alemán Hans Magnus
Enzensberger.
¿Crisis? ¿Qué crisis? Los cafés, las terrazas, los restaurantes no se quedan
vacíos, los turistas se atropellan en los aeropuertos alemanes, se nos habla de
récords de exportaciones, de que el paro disminuye. La gente bosteza ante la
“cumbre” política de cada semana y las oscuras disputas de los expertos. Todo
esto parece desarrollarse en una retórica vacía llena de discursos oficiales
ininteligibles que no tienen nada que ver con la llamada vida real.
Es manifiesto que nadie o casi nadie se percata de que desde hace cierto
tiempo los países europeos ya no están gobernados por instituciones que cuenten
con una legitimidad democrática, sino por una ristra de siglas que han ocupado
su lugar. Ahora mandan el MEDE, el FEEF, el BCE, la ABE y el FMI. Hace falta ser
un experto para saber a qué corresponden esos acrónimos.
Por otra parte, solo los iniciados llegan a comprender quién hace qué y cómo
en el seno de la Comisión Europea y del Eurogrupo. Todos esos organismos tienen
en común que no figuran en ninguna constitución del mundo y que no asocian a los
electores a su toma de decisiones.
Una indeferencia que produce escalofrío
La indiferencia con que los habitantes de nuestro pequeño continente aceptan
que se les despoje de su poder político produce escalofríos. Quizá se deba a que
se trata de una novedad histórica. A diferencia de las revoluciones, los golpes
de Estado y los alzamientos militares, que no escasean en la historia de Europa,
esta desposesión se está llevando a cabo sin ruido y sin violencia. Todo ocurre
pacíficamente, en un reservado.
Ya no asombra a nadie que no se respeten los tratados. De las reglas
existentes, como el principio de subsidiariedad establecido por el Tratado de
Roma o la cláusula que prohíbe los rescates financieros en el de Maastricht, se
hace caso omiso cuando hace falta. El principio pacta sunt servanda [hay que
respetar lo pactado] se convierte en un eslogan carente de significado, obra de
algún jurista puntilloso de la Antigüedad.
La abolición del Estado de derecho queda meridianamente clara en el tratado
fundacional del MEDE (el Mecanismo Europeo de Estabilidad). Las decisiones de
los pesos pesados de esta “sociedad de rescates” tienen validez inmediata en el
derecho internacional y no están sujetas al consentimiento de los parlamentos.
Se les llama “gobernadores”, como era habitual en los antiguos regímenes
coloniales, y, como en estos, no tienen que rendir cuentas ante la opinión
pública. Muy al contrario: se les concede expresamente la categoría de secreto.
Recuerda a la omertà, que forma parte del código de honor de la mafia. Nuestros
“padrinos” están exentos de todo control judicial o legal. Y gozan de un
privilegio que no posee ni el jefe de la Camorra [la mafia napolitana]: la
inmunidad penal absoluta (según los artículos 32 a 35 del tratado fundacional
del MEDE).
Un eslogan inepto
El espolio político de los ciudadanos alcanzaba así un ápice provisional.
Empezó mucho antes, cuando se introdujo el euro, incluso antes. Esta moneda es
el fruto de maquinaciones políticas que no han tenido en cuenta en absoluto las
condiciones económicas necesarias para poner en marcha semejante proyecto.
Bien lejos de reconocer y corregir las malformaciones congénitas de su
creación, el “régimen de los rescatadores” insiste en la necesidad de seguir a
toda costa la hoja de ruta establecida. Proclamar sin cesar que no tenemos “otra
salida” viene a ser negar el peligro de explosión inducido por el aumento de las
disparidades entre los Estados miembros. Hace ya años que las consecuencias se
dibujan en el horizonte: división en vez de integración, resentimiento,
animosidad y reproches en vez de concertación. “Si el euro se hunde, Europa se
hunde”. Este eslogan inepto trata de movilizar a un continente de quinientos
millones de habitantes en la empresa azarosa de una clase política aislada, como
si 2000 años no fuesen nada comparados con una moneda inventada hace muy
poco.
La “crisis del euro” prueba que esto no acabará con el expolio político de
los ciudadanos. Su lógica quiere que conduzca a su pareja, el espolio económico.
Hay que estar donde los costes económicos se hacen manifiestos para comprender
lo que significa. La gente baja a la calle en Madrid o Atenas porque no le
queda, literalmente, otro remedio. Y no dejará de ocurrir también en otras
partes.
Poco importa de qué metáforas se adorne la clase política, poco importa que
bautice a sus nuevas criaturas MEDE, bazuca, Gran Berta, eurobono, unión
bancaria, mutualización de la deuda: los pueblos saldrán de su letargo político
a más tardar cuando tengan que meterles mano a sus bolsillos. Presienten que,
tarde o temprano, tendrán que pagar los destrozos causados por los rescatadores
del euro.
Humillación del principio de subsidiariedad
No se vislumbra en el horizonte ninguna solución simple para salir de este
derrotero. Se ha cortado el paso a todas las opciones prudentes que hasta ahora
se han propuesto. A la idea de una Europa a varias velocidades se la ha perdido
ya de vista. Las cláusulas de salida sugeridas con la boca pequeña jamás han
encontrado un lugar en los tratados. La política europea, sobre todo, ha
humillado el principio de subsidiariedad, una idea demasiado convincente para
tomársela en serio. Esa palabra bárbara significa, ni más ni menos, que, de la
escala municipal a la regional, del Estado-nación a las instituciones europeas,
siempre debe ser la instancia más cercana a los ciudadanos la que mande dentro
de su marco de competencias, y los niveles superiores no deben herederar más
competencias reglamentarias que las que no se puedan ejecutar en otros niveles.
No es más que un propósito piadoso: la historia de la Unión es la prueba.
El horizonte estaría, pues, cerrado. Período propicio para las casandras, que
no solo profetizan el hundimiento del sistema bancario y la bancarrota de los
Estados cargados de deudas, sino también, al mismo tiempo, si es posible, ¡el
fin del mundo! Pero, como suele ocurrir con los agoreros, estos adivinos se
frotan las manos demasiado deprisa. Pues los 500 millones de europeos no
capitularán sin haber opuesto resistencia.
Este continente ya ha fomentado, atravesado y superado conflictos muy
diferentes, y más sangrientos que la crisis actual. Salir del callejón sin
salida donde nos han arrinconado los apóstoles de que se nos ponga bajo tutela
tendrá un coste y no se logrará sin conflictos y sin dolorosos recortes. El
pánico, en una situación como esta, es el peor de los consejeros, y quienes
predicen que Europa va a entonar su canto del cisne ignoran las fuerzas que
tiene. Antonio Gramsci nos ha dejado esta máxima: “Al pesimismo de la
inteligencia tiene que acompañarle el optimismo de la voluntad”. Hans Magnus
Enzensberger
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